lunes, 8 de febrero de 2016

LA ESPERA

     Podría gastar palabras para describir a un personaje, asignarle nombre, carácter, estilo, etc., pero prefiero ser yo quien les lleve de la mano en esta historia mientras me encuentro sentada en las oficinas de un registro civil en alguna parte de México.

Llegué a tiempo a la cita acordada en un lugar que yo definiría como hermoso cuadro bizarro, en el ambiente se encontraba Lynch omnipresente saboreando el momento, ya te imaginarás querido lector la bella escena, refresco de cola en vaso de plástico, secretarias riendo con restos de lo que pude percibir era galleta, el sonar de un tacón desgastado deambulando buscando que hacer, pláticas entre otros oficinistas, dejando jugar la goma de mascar entre las palabras, recargados en una tabla que, por la zona en la que se encontraba, parecía ser la recepción. Ahí sería el último día, mi último día sentada en una banca negra de buen aspecto comparando el resto de la habitación, en la que por cierto como fondo y cereza del pastel un cd con pistas de mujeres dolidas se reproducía y que una mujer que, a la vista no se percibía, cantaba con gran sentir, me pareció curioso porque si bien reconocía las letras, el momento no era prudente para mi sentir sin embargo al girar hacia la izquierda pude notar que la mayoría de las asistentes tarareaban a gran ritmo mientras peinaban a su hija pequeña, dormían a los bebés en sus brazos o simplemente esperaban y miraban hacia la nada.

Mientras mi espalda sentía la frialdad de las barras de metal de la banca negra y esperaba con las manos sudorosas, una chica con acento muy especial entró para preguntar ciertos procesos que necesitaba realizar,  inevitablemente mi mente regresó a aquel pequeño, curioso y muy iluminado departamento en el centro de Panamá, uno de mis mejores viajes en el que mis ojos siempre se iluminaban y no era para menos, me encontraba en una cultura diferente, comida distinta, costumbres y la forma de hablar curiosa no tardé en adoptar por el convivir en el día a día. Parecía que mi piel volvía a vibrar, como si pudiera en medio de Lupita Dalessio, máquinas de escribir y risas estridentes, sentir la tibieza de las bellas playas de Chiriquí (tan recomendadas por Jorge mi estilista). El aroma del café ambientando mi lectura diaria en el jardín aquel donde un violinista pedía dinero y competía con el bello sonido de la fuente que refrescaba mis pies mientras sentía los rayos del sol en mí me inundada de recuerdos y sensaciones, al fin su presencia me regresó a la atmósfera cotidiana plagada de detalles infinitos a cada uno de mis sentidos. Al verlo mi corazón palpitó tan acelerado e intenso que podía no solo sentir sino escuchar también, como aquella vez en el balcón que lo conocí. 

La amable señorita Lety -como todos le decían- tenía los papeles listos y bastó un gesto para acercarnos a ella, con su dedo índice indicó la línea y yo siguiendo el barniz desgastado de las uñas de Lety, inicié la primera de seis firmas siguiéndome él con la misma dinámica, las palabras no fueron necesarias, algunas lágrimas deslizaron por nuestras mejillas, nos abrazamos -el último abrazo- y sin articular idea nos vimos partir.

EL CAFÉ

    La visita a Philips era cada tercer día a las 20:30 horas en punto después de una larga jornada en la oficina postal, sin decir una palabra el jóven camarero de veinticinco años servía la taza perfecta con las dos cargas de café justas a mi paladar desde hace tres años. Ese día a diferencia del resto de mis cincuenta años lo hacía particularmente especial debido a una llamada cargada de gran tristeza recibida a las 15:00 horas, aproximadamente, por Lucy mi esposa, una bella mujer pelirroja de piel tersa a sus cincuenta años, que puedo decir que treinta años de una vida con ella no pudieran describir ya, ¿peleas? Si las comunes a las que yo llamaría desacuerdos solamente, ¿amor? Si el suficiente para llegar al año treinta ¿Respeto? Siempre, elementos necesarios entre otros detalles que si bien no son necesarios mencionar sí nos llevaron al gran número treinta, número que por cierto olvidé- sí lo sé es horrible un error de semejante naturaleza- pero no por falta de amor o descuido cualquiera, fue por un café.

Durante la llamada Lucy no paraba de respirar profundamente, como si un fantasma estuviera abrazándola,- ¿por qué? ¿por qué? -Repetía una y otra vez mientras su voz se cansaba en cada descarga de aliento-,yo solo escuchaba esperando la estocada final, hasta que un suspiro vencido exhalo un -lo sé- y cargando ambos pulmones de un aire forzado termino la dolorosa frase -sé que tienes tres años saliendo con el joven del café y te pido te marches de la casa por el amor que aún quede entre nosotros- yo, no pude conectar frases, ideas, palabras que ayudaran a justificar o mentir solo logre decir un -lo siento- y es que de verdad lo sentía porque nunca tuve la claridad de lo que comenzó a suceder hasta que no pude detenerlo y solo convine ocultarlo.

Hoy sentado frente a mis hijos, en el lugar donde ocurrió todo y mientras John les sirve café con nervios apurados, noto en ellos el asombro en sus pupilas dilatadas, un poco por el efecto de la cafeína y otro tanto por comentarme que esa, en realidad, no era noticia para ellos pues hacia un año lo sabían y prefirieron callar al saber la decisión de Lucy de esperar a que recapacitara. Lentamente observe la escena, mi escena, situación emocionalmente caótica que quiera o no con destellos maquiavélicos di vida, recuerdo a Lucy llorar días y noches sin descifrar mi nombre en cada lágrima de decepción y deshonestidad y entiendo el gran amor que le tengo y a mis hijos por supuesto pero al detener la mirada en John y encajar en sus congruentes pupilas enamoradas unidas a un cuerpo alterado, el amor por “la familia” no es suficiente para dejar a John.